Vi a un mimo en la calle. Venía brincando desde Universidad. Se detuvo en Corregidora como aquella vez en Tecnológico. Vio de frente el taxi que venía y, encogiéndose, cerró los ojos.

Un momento en negro... la espera del sonido, el anticipo del golpe. Nada pasó.

Lentamente volvió su mirada y todo se había detenido: el gesto encendido del taxista casi sobre él, la indiferencia de la mujer con semillas de aretes desde la esquina y el chico de los periódicos gritando. Todo en una pausa real. Vió un cielo que era distinto, las nubes se habían fugado. Del gordo árbol que partía la calle, salieron de un golpe todos los pájaros. El ruido era espantoso y el cielo se había pintado de puntos negros que en parvada giraban alrededor de él. Quizo fortalecer el sonido de aquellas voces cerrando los ojos...

El rechinar de las llantas sofocó a las aves. Sangre en el parabrisas, vidrio estrellado, gente morbosa... Desde la esquina lo vi levantarse y salir de la multitud empapado en letras.

Lo he encontrado desde entonces rondando en plazas, buscando a otros mimos, rescatando magos y cazando miradas transeúntes. Parece que no sabe qué hacer con sus letras. Se sienta y las revuelve, las ofrece y las esconde.

Ahora brinca entre cuadros blancos, cuadros rayados y cuadros cuadrados... Dicen que ha habitado en el árbol que parte a Corregidora y que aún busca el día en que las nubes caigan y los vuelos tracen los espirales.
Hoy dormimos al compás de los temblores.

Octubres de Julio

Hoy hace seis años fuimos ahí. Nos arreglamos, cenamos y reímos juntos... no imaginábamos. Hoy hace seis años te vi dormido en ese sillón mientras la música seguía y todos bailaban... Aquella noche nos regaló un buen año.

Cinco otoños han pasado. Tu sueño ahora es distinto, casi irreal. Vas atorado entre mi voz, salpicando letras y distribuyendo risas. Insistes en irte y tercamente seco tu nombre, lo gasto raspándolo contra esta impotencia, sofocándolo con este llamarte. Tu muerte es mi mar, mi desierto, mi espejismo... ellos la ilusión de lo infinito, ellos la presencia eterna de la falta.

Todos los vacíos en uno, todos los octubres sin julio.


A mi dulce estrella negra, YP(1978-2002)
A veces...
las banquetas se vuelven pantanos,
la arena telas de seda
y los lentes ojos de otros.

Hoy pasó todo junto...
el recuerdo comió mis pasos desde el suelo,
la caricia lastimó la piel
y el armazón insiste en usurpar mi rostro.