Vi a un mimo en la calle. Venía brincando desde Universidad. Se detuvo en Corregidora como aquella vez en Tecnológico. Vio de frente el taxi que venía y, encogiéndose, cerró los ojos.

Un momento en negro... la espera del sonido, el anticipo del golpe. Nada pasó.

Lentamente volvió su mirada y todo se había detenido: el gesto encendido del taxista casi sobre él, la indiferencia de la mujer con semillas de aretes desde la esquina y el chico de los periódicos gritando. Todo en una pausa real. Vió un cielo que era distinto, las nubes se habían fugado. Del gordo árbol que partía la calle, salieron de un golpe todos los pájaros. El ruido era espantoso y el cielo se había pintado de puntos negros que en parvada giraban alrededor de él. Quizo fortalecer el sonido de aquellas voces cerrando los ojos...

El rechinar de las llantas sofocó a las aves. Sangre en el parabrisas, vidrio estrellado, gente morbosa... Desde la esquina lo vi levantarse y salir de la multitud empapado en letras.

Lo he encontrado desde entonces rondando en plazas, buscando a otros mimos, rescatando magos y cazando miradas transeúntes. Parece que no sabe qué hacer con sus letras. Se sienta y las revuelve, las ofrece y las esconde.

Ahora brinca entre cuadros blancos, cuadros rayados y cuadros cuadrados... Dicen que ha habitado en el árbol que parte a Corregidora y que aún busca el día en que las nubes caigan y los vuelos tracen los espirales.

1 comentario:

[eL tRakEr] dijo...

Poético, filosófico, bonito, hermoso,llegador, me parece estás escribiendo cada vez más chingón, sigue así niña bonita.